CREENCIAS FALSAS O SESGADAS ACERCA DEL SUICIDIO: LOS MITOS (2).

Continuamos con la enumeración de algunas creencias falsas o sesgadas sobre el suicidio, entre las que se incluyen los llamados «mitos».

  1. El suicidio forma parte de la genética.

Existe la creencia de que los genes determinan el suicidio.  Se piensa que el tener un familiar que se ha suicidado es una especie de «espada de Damocles» porque en algún momento de la vida, quizá en un episodio de estrés vital o de una desgracia personal, se activará ese gen latente que nos llevará inexorablemente a la muerte.

La genética es mucho más compleja de lo que parece, ya que además de que no somos «clones» de nuestros padres, nuestros miles de genes interaccionan entre ellos y con el ambiente, con nuestras experiencias y con la sociedad en la que vivimos, formando seres con características y circunstancias totalmente únicas.  La tendencia suicida no es un rasgo biológico como el color de los ojos o la alta estatura, por ejemplo.

Por otra parte el fenómeno de la «profecía autocumplida» puede calar en el pensamiento del propio suicida que piensa de forma sesgada que el suicidio de un familiar le condena inevitablemente a repetir el mismo comportamiento y este mismo pensamiento erróneo le empuja a cometer el acto en un momento de duda.

 

 

  1. Los suicidas tienen un trastorno mental severo que les incita a cometer el acto.

Este mito presenta dos distorsiones o sesgos. Por un lado el hecho de padecer un trastorno mental severo no implica necesariamente el suicidio. Y por otro, las personas que no presentan ningún trastorno mental no están «libres» del suicidio.

Es posible que esta distorsión sirva como una especie de alivio para mucha gente, convencida de que el suicidio es cosa de «otros», algo que «nunca me podría pasar a mí» porque yo estoy entre la gente normal, no entre la gente que tiene «enfermedades mentales». También es un forma de apartar de nuestro pensamiento algo tan horrible y «anti-natural» como es matarse a uno mismo.

El caso es que todos estamos expuestos al peligro de suicidio si se dan unas condiciones de estrés vital o simplemente por circunstancias de nuestro devenir que nos lleven a tener sentimientos de desamparo y de falta de sentido de nuestras vidas.  Por supuesto, existen «protectores» que nos ayudan a estar lejos del peligro, como una buena vida social, la espiritualidad o tener unas creencias positivas, pero no olvidemos que nuestra vida puede cambiar y que, al igual que sucede con el cáncer o con los accidentes de tráfico, todos estamos expuestos a tener un momento difícil en el que nos planteemos quitarnos la vida.

  1. El suicida está siempre en su peor momento cuando realiza el intento autolítico.

Existe la creencia generalizada de que una persona que aparentemente está de buen humor y que se ve alegre no va en ningún caso a suicidarse. No conocemos el proceso interior, lo que sucede en la mente de cada individuo. El tomar la decisión de suicidarse puede ser un alivio en la persona que ha puesto fin a su dolorosa indecisión o incertidumbre y que además puede idealizar el fin de su sufrimiento. Por ello, como seres queridos o terapeutas no debemos fiarnos del aparente buen humor, fingido o auténtico, del paciente.

  1. El suicida «sucumbe» ante los retos o las órdenes imperativas enérgicas.

No tiene ningún sentido retar a una persona a suicidarse y no pensemos que el suicida va a obedecer cualquier forma de autoridad, ya sea formal o informal. Si finalmente no llega a intentarlo, probablemente es porque lo ha decidido de forma independiente o «a pesar del reto» o de «la autoridad».

 

  1. El suicidio es un hecho sociológico culpa del sistema económico, el injusto reparto de la riqueza, la mala gestión del gobierno, etc.

El suicidio se da en todas las sociedades y en todas las clases sociales y en todos los momentos de la historia. Por supuesto, hay variaciones, y es más habitual por ejemplo en las guerras o en los momentos posteriores a ellas, debido sobre todo al estrés postraumático, igual que los suicidios son más habituales entre profesiones en las que se producen situaciones extremas: policías, militares, servicios de urgencias, etc.  Sin embargo no tiene sentido la lectura sesgada de ciertas estadísticas para culpar por ejemplo a un gobierno, a los recortes en sanidad, a los perversos ciclos del capitalismo, etc. del aumento del suicido. A veces este tipo de comentarios se realizan desde una óptica sectarista o utilitarista. Ni siquiera hay una relación entre calidad de vida y suicidio, como lo demuestran las estadística de suicidio de países como Suiza, Suecia, Dinamarca, etc., en teoría donde  la población es más feliz y está más satisfecha con su modo de vida, el sistema económico, la política, etc.

 

  1. Hablar del suicido es una forma de provocarlo y por tanto tiene que ser un tema «tabú».

Es cierto que la publicación de noticias relacionadas con el suicido en los medios de comunicación puede incitar al suicido en personas que están en un momento de indecisión y por ello hay un acuerdo tácito de tipo deontológico en el mundo del periodismo para tratar con especial delicadeza este tipo de noticias, sobre todo cuando se trata de información directa de sucesos más que cuando se habla de estadísticas o análisis informativos.

Sin embargo este hecho no tiene nada que ver con que los pacientes o personas con ideas suicidas puedan expresar lo que sienten y sentirse escuchados, y no solo por terapeutas profesionales, sino especialmente por sus seres queridos. El sentirse escuchado y comprendido no garantiza que se vaya a evitar, pero en muchos casos es el mejor protector.

 

 

 

Luis Ariño

Psicólogo en Zaragoza

www.psicologo-zaragoza.net